La meditación es una de las cosas más extraordinarias; si no sabes lo que es, es como si estuvieras ciego en un mundo de colores vivos, sombras y luz en movimiento. No es algo intelectual, pero cuando el corazón penetra en la mente, la mente adquiere una cualidad diferente; es como lo ilimitado, no solo en su capacidad de pensar, y actuar con eficacia, sino también en el sentido de vivir como en un espacio inmenso en el que tú estás presente en todo.
La meditación es el movimiento del amor. No el amor por el uno o por los muchos. Sino algo que se asemeja al agua que está al alcance de todos, que puede igualmente obtenerse de un jarro dorado o uno de arcilla: y que es inagotable. Y es algo peculiar lo que ocurre que no puede conseguirse ni con drogas o autohipnosis; es como si la mente entrara en sí misma, primero en la superficie y luego penetrando más y más profundamente, hasta que la profundidad y la altura pierden totalmente su significado, cesando todo lo medible, en este estado hay una paz total, no una satisfacción que nos llega en forma regalo, sino una paz en la que hay orden, belleza e intensidad. Esta paz puede destruirse, tal y como puedes destruir una flor, y gracias a esa vulnerabilidad es indestructible. Esta meditación no puede ser aprendida de otro. Tienes que empezar sin saber nada sobre ella, y moverte de la inocencia a la inocencia.
El territorio en el que la mente meditativa ha de comenzar es el de la vida diaria, en la lucha, en el dolor, en la alegría pasajera. Ahí es donde tienes que empezar y traer orden, y seguir adelante sin detenerse. Pero has de andar con cuidado, pues si sólo te preocupa el crear orden, entonces ese mismo orden traerá sus propias limitaciones, y la mente se convertirá en su prisionera. En todo este movimiento lo que tendrás que hacer es empezar desde la otra orilla, y no preocuparte excesivamente sobre lo que pasa en esta orilla o como cruzar el rio. Has de lanzarte al agua, aun sin saber nadar. La belleza de la meditación es que nunca sabes dónde estás, a donde vas, y como acaba todo esto.
J. Krishnamurti
Fuente: www.rebapinternacional.com